domingo, 22 de junio de 2008

Autor y Obra Narrativa


Alejandro Dumas

Nació Alejandro Dumas en la ciudad de Villers-Cotterês (Aisne, a 40 km. noreste de Paris) el 24 de Julio de 1802. Su certificado de nacimiento lo nombra como Dumas Davy de la Pailleterie. Su abuelo era el Marqués Antoine-Alexandre Davy de la Pailleterie quien se caso con Marie-Céssette Dumas, una esclava negra de las islas Indias del Oeste de Santo Domingo. Ella dio a luz a Thomas-Alexandre y murió cuando su hijo joven.
En 1870, estando fuera de Paris, comenzó la guerra con Prusia y no pudiendo regresar a la capital, ya que estaba enfermo, se refugia en la casa de campo de su hijo en Puys cerca de Dieppe , donde muere el 5 de Diciembre de 1870 de un ataque al corazón, el mismo día en que los prusianos entraban en el pueblo, su funeral se realiza el 08 de Diciembre. Dos años después, al terminar la guerra, sus restos fueron trasladados a su pueblo natal Villers-Cotterets, donde permanecieron hasta el 2002, cuando nuevamente fueron trasladados, pero esta vez al Panteón de Hombres Ilustres de Francia en Paris, donde reposan junto a otros escritores como Emilio Zola, Victor Hugo, Voltaire y Roosseau.


Fragmento: "El Conde de Montecristo"

"Lo que voy a publicar a continuacion es un fragmento de un libro que estuve leyendo a lo largo de los ultimos 4 meses aproximadamente. Tardé tanto porque el mismo consta de 1000 paginas. Que las apariencias no los engañen, por mas que sea un libro grande de ninguna manera se torna denso. Lo recomiendo ampliamente, su nombre es "El Conde de Montecristo", y fué escrito por el señor Alejandro Dumas (no, el Gato no, otro Dumas, pelotudo), posiblemente hallan visto una pelicula con el mismo titulo. La reflexiones filosoficas planteadas en este libro me llamaron particularmente la atencion por tratarse de una novela de aventuras o drama. Yo sé que seguramente les resultará extenso, pero quizas le encuentren algun sentido interesante a lo que dice este fragmento. Antes de que empiecen a leerlo los sitúo un poco en la historia. En este momento el Conde de Montecristo se halla con dos jovenes amigos (Franz y Alberto) esperando para ver una ejecución. En ella se supone que morirían dos bandidos: Andrés y Pepino (Rocca Priori), pero de repente un contingente de hombres de la ley interrumpen cuando los dos bandidos estaban siendo llevados a la ejecucion. [...]El jefe de la cofradía desdobló el papel, lo leyó y levantó la mano. -El Señor sea bendecido y Su Santidad sea loada -dijo en alta e inteligible voz-; hay perdón de la vida para uno de los reos. -¡Perdón! -exclamo el pueblo a un solo grito-. ¿Hay perdón? Al oír la palabra de perdón, Andrés pareció saltar y levantar la cabeza. -Perdón, ¿para quien? -gritó. Pepino permaneció inmóvil, mudo y jadeante. -Hay perdón de pena de muerte para Pepino, llamado Rocca Priori -dijo el feje de la cofradía, y paso el papel al capitán que mandaba los carabineros, el cual, después de haberlo leído, se lo devolvió. -¡Perdón para Pepino! -exclamo Andrés, saliendo del sopor en que parecía estar sumido.- ¿Por que perdón para el y no para mi? Debíamos morir juntos, me habían prometido que moriría antes que yo, no tienen derecho a hacerme morir solo, ¡no quiero morir solo, no quiero! Y diciendo esto se agarro a los brazos de los dos sacerdotes, retorciéndose, dando alaridos, rugiendo y haciendo esfuerzos insensatos para romper las cuerdas que le ligaban las manos. El verdugo hizo señal a sus dos ayudantes, que bajaron del cadalso y se apoderaron del reo. -¿Qué ha ocurrido? –preguntó Franz, pues como todo esto se decía en lengua italiana, no había comprendido muy bien. -¿No lo adivináis? –dijo el conde-. Ha ocurrido que esa criatura humana que va a morir esta furiosa porque su semejante no muere con ella, y que si la dejasen le desgarraría con sus uñas y con sus dientes mas bien que dejarle gozar de la vida de que ella misma se va a ver privada. ¡Oh, los hombres!, raza de cocodrilos, como dice Kart Moor –exclamo el conde extendiendo los puños hacia toda la turba-, ¡que bien se os conoce en eso, y que dignos sois en todo tiempo de vosotros mismos! Entretanto Andrés y los dos ayudantes del verdugo se revolcaban por el sueño, mientras que el condenado seguía gritando: «Debe morir, quiero que muera, no tiene derecho para matarme a mi solo.» -Observad –continuo el conde cogiendo a cada uno de los jóvenes por la mano. Mirad, porque a fe mía es cosa curiosa. Allí tenéis un hombre que estaba resignado a su suerte, que marchaba al patíbulo, que iba a morir como un cobarde, en verdad, pero, después de todo, iba a morir sin blasfemar y sin resistirse, ¿y sabéis lo que le daba alguna fuerza? ¿Sabéis lo que le consolaba? ¿Sabéis lo que le hacia sufrir el suplicio con resignación...?, el que otro participaba de sus angustia, que otro iba a morir como el, que otro iba a morir antes que el. Llevad dos carneros o dos bueyes al matadero, y haced comprender a uno de ellos que su compañero no morirá. El carnero balara de gozo y el buey mugirá de placer. Pero el hombre, el hombre que Dios ha creado a su imagen, el hombre a quien Dios impuso por primera, por única, por suprema ley, el amor al prójimo, el hombre a quien ha dado una voz para expresar su pensamiento, ¿cuál será su primer grito al saber que su compañero se ha salvado? Una blasfemia. ¡Oh!, ¡honor al hombre, a esa obra maestra de la naturaleza, a ese rey de la creación!"

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